Hace meses que los medios on y off line nos inundan con artículos acerca del salto tecnológico sin precedentes que ha sufrido el mundo como consecuencia de la pandemia.
Bien es cierto que durante el confinamiento hemos variado nuestras rutinas habituales y hemos abrazado otras, motivados por la adaptación para cubrir las necesidades básicas, y no tan básicas, y generar una sensación de seguridad en nuestro entorno. Esto nos ha llevado a que se hayan desdibujado los límites entre lo físico y lo digital como nunca antes, lo virtual ha traspasado sus fronteras a ámbitos que hasta ahora sólo entendíamos como presenciales, bien sea el trabajo, la educación, el ocio o incluso la asistencia sanitaria.
Pero este catalizador ha sido más un acelerador de las tendencias que ya estaban tímidamente presentes, que un cambio drástico en el modelo de consumo. Antes de la pandemia ya éramos conscientes de que el marketing digital era la ventana más importante y más universal que cualquier empresa podía tener, desde pequeños artesanos a pymes o grandes empresas.
Es decir, durante la pandemia hemos comprado online como nunca antes, algunas webs de supermercados han estado horas saturadas, otras simplemente han tenido que cerrar durante semanas sus ventas online porque su infraestructura no era apta para el volumen producido por el confinamiento, y eso ha obligado a implementar cambios en apenas semanas, cambios que, de otro modo, hubieran llevado meses o incluso años, porque las empresas sabían que debían hacerlos pero hasta ahora no eran urgentes. Y esto ha ocurrido porque la compra online ha pasado de ser considerada casi un pasatiempo, o una opción puntual que nos aportaba cierta comodidad, a ser un servicio prácticamente imprescindible.
Pero esta ventana que nos proporciona internet ya era vital antes de la pandemia, muchas de las decisiones de compra se hacían antes de ir al establecimiento físico, “googleábamos” para encontrar una ferretería, para consultar opiniones sobre un electrodoméstico, un hotel o incluso un brazo robótico. Cuando las personas aún paseábamos para ir de compras o caminábamos por una feria, podíamos decidir una compra sin saber nada de ella, sólo porque lo encontrábamos en nuestro camino, pero eso pasaba cada vez con menos frecuencia porque necesitábamos comparar y explorar opciones.
En las poblaciones más pequeñas o los sectores más especializados, a google lo suplía, en muchos casos, el boca a boca, la reputación o el prestigio. Pero antes de marzo lo que todavía no entendíamos bien es que “el boca a boca” ahora está en la red. Y hace años que no se concibe la economía sin la digitalización.
¿Qué ha cambiado entonces? Ha cambiado nuestra resiliencia. Hemos abrazado conceptos, formas y hábitos en apenas unos meses que antes, por cuestiones culturales o personales, creíamos que no éramos capaces de hacer.
¿Ha llegado la 4ª Revolución Industrial? Ha llegado la mutación que la hará despegar. Está claro que la digitalización y la automatización de procesos aportan flexibilidad, agilidad y eficiencia en los entornos laborales, y quedarse quieto esperando a que la nueva normalidad se asemeje a 2019 es algo que no nos podemos permitir.
Si antes de la pandemia apenas 1 de cada 3 empresas estaba digitalizada, quizás tenía que ver con que sólo un 20% de los ingresos procedía de productos y servicios digitales, pero actualmente el marketing digital se ha convertido en la mejor alternativa para el retail, el ocio, la industria e incluso el tercer sector.
Aunque no podemos predecir el futuro, lo que sí nos avanzan los datos es que la digitalización de las pequeñas y medianas empresas será clave para el repunte de la economía. Las tendencias señalan que el futuro de 2022 se parecerá más a la actualidad que a 2019 y ya se atisba un modelo híbrido que aúna el mundo tecnológico y analógico para garantizar la competitividad de las empresas, tratando de minimizar los riesgos que puede provocar el impacto de la soledad y la actual falta de democratización de la tecnología.
Desde Mazzima creemos firmemente que ya no hay vuelta atrás, y si tenemos que hacer caso de la sabiduría popular “renovarse o morir”, nos inclinamos más por renovarnos. Somos trabajadores, compradores y usuarios online, nosotros sí hemos notado cómo nuestras rutinas y formas de consumo han cambiado, si tú también has cambiado, ¿por qué tu negocio debería quedarse inmóvil?